viernes, 12 de junio de 2009

J.J. ROUSSEAU


JEAN JACQUES ROUSSEAU. 1712-1778.

Rousseau nació en Ginebra[1], por aquel entonces república independiente, y a esta misma ciudad le debe gran parte de su inspiración política muy a pesar de lo contradictorio de su relación con ella. Claro que lo realmente difícil será encontrar aquello con lo que Rousseau no mantuviera una relación difícil. Estamos ante el más incalificable de los autores ilustrados; colaborador de los enciclopedistas D`Alambert, Diderot o Voltaire en ese monumental ejercicio de conservación del saber humano que fue la Enciclopedia, no dudó un solo instante volverse contra ellos en cuanto sus planteamientos dejaron de parecerle dignos. Igual de truculenta fue su relación con David Hume. El pensador escocés lo invitó en los últimos años de su vida a refugiarse en su hogar, perseguido como estaba, por aquella época, por franceses y ginebrinos, y aunque Rousseau aceptó gustoso, no dejó que pasara mucho tiempo antes de volver al continente por una repentina y enfermiza desconfianza hacia el empirista.
Lo más significativo de aquellas idas y venidas por toda Europa fue que lograra conciliar los odios de ateos, creyentes y deístas, es decir que Rousseau fue un personaje envuelto en la polémica allá donde dio con sus huesos.
No obstante, todo lo anterior nunca le ha impedido, con el transcurso de los años, convertirse en uno de los referentes políticos más importantes de toda la historia de occidente. Inmanuel Kant descubrió en sus obras la perfección moral que, en Física, había encontrado en las obras de Newton; y el marxismo siempre encontrará en el ginebrino el trampolín perfecto para sus tesis.

Pero vamos ya a aquello por lo que un alumno de bachillerato debe interesarse relativo a J.J. Rousseau.
Si en Hobbes encontrábamos unas tesis políticas que nacían de la intención de salvaguardar el poder absoluto del monarca Carlos II frente a posibles ingerencias de tipo, más o menos, parlamentaristas como la de Cromwell; y en Locke unos planteamientos llamados a fundamentar desde un principio los fundamentos de la monarquía parlamentaria de Guillermo de Orange; en Rousseau, lejos de encontrar una mera construcción política ad hoc, encontraremos toda una crítica social.
Anticipador de las ideas del Romanticismo, Rousseau arrancó sus planteamientos de la pregunta acerca de la eficacia de los adelantos en las Ciencias y en el Arte que vivió su época. ¿Nos hacen más felices? Pareció preguntarse el atribulado compositor. ¿Convierten al hombre esos adelantos en un ser más libre? ¿Qué es lo que impide pues esa felicidad que el hombre debiera haber conseguido una vez alcanzado el estadio de desarrollo de la Ilustración?
Así pues, su planteamiento fue de lo más ambicioso.
Los descubrimientos geográficos habían colocado al hombre europeo ante otros tipos de seres humanos y esto había alimentado toda una literatura acerca del hombre en estado de naturaleza es decir, en un estadio primigenio en el que no conocía civilización alguna. Como ya sabemos, aquello se convirtió en un, muy común, presupuesto de trabajo para muchos pensadores. Hobbes se había imaginado ese estado primigenio como un infierno de luchas y disputas insuperable mientras no conviniéramos todos en firmar, en tanto que individuos, una suerte de contrato que instaurase un Estado poderoso y redentor del hombre lobo para el hombre. Locke no recurrió a ese estado del buen salvaje para propugnar su tesis contractualista al menos en un plano tan marcado como el de Hobbes o el Rousseau, aunque si imaginaba un momento inicial en el que, para salvaguardar los derechos naturales de la vida, la libertad y la propiedad, los ciudadanos firmaban un acuerdo que fundamentaba el Estado y que, además mantenía una cláusula para aquellos casos en que los gobiernos no respetaran ese pacto legitimando la rebelión del pueblo frente al tirano. Rousseau cierra la nómina de los grandes contractualistas, y a ese contrato va a dedicar el título y la temática de su obra más conocida, El contrato social. Su planteamiento inicial es el contrario del de Hobbes. Para el ginebrino, el hombre en ese estado inicial de naturaleza es todo bondad, y será la civilización quien lo pervierta convirtiéndolo en una presa de su amor propio que le hace considerarse respecto del resto de la sociedad. El hombre es razón, y en eso acertaban el resto de los ilustrados; pero no solo razón, y aquí es donde se separa Rousseau del resto de los ilustrados y entronca con movimientos posteriores. El hombre también es impulso, pulsión, pasión y sentimiento; y aunque si solo fuera regido por estos sería un animal cualquiera, sin estos no deja de ser un animal parecido.
Pero volviendo al estado de naturaleza. ¿Cómo pasa el hombre del estado natural al estado social? El principio clave aquí es la Voluntad General que ama el bien común.

El vínculo social es consecuencia de lo que hay de común entre los intereses divergentes (de los individuos) y si no hubiese ningún elemento en el que coinciden todos los intereses, la sociedad no podría existir. Ahora bien, puesto que la voluntad siempre tiende hacia el bien del ser que quiere y la voluntad particular siempre tiene por objeto el bien privado, mientras que la voluntad general se propone el interés común, de ello se deduce que sólo esta última es, o debe ser, el verdadero motor del cuerpo social.

Esa voluntad general no se configura a través de un pacto entre los hombres y una tercera persona. Es más bien un pacto entre iguales, un pacto que presupone la igualdad entre todos los firmantes. No es una mera suma de voluntades individuales, sino la realidad que resulta de que todos los individuos renuncien a sus intereses particulares a favor de la colectividad. En eso mismo consiste el Contrato Social. Y como es fácil de intuir, esta idea se sitúa en el trasfondo de las democracias occidentales con un alcance innegable.

[1] Para Rousseau, Ginebra encarnaba perfectamente el modelo político ideal por ser una ciudad no excesivamente grande, pero tampoco de tamaño insignificante, con una cierta autonomía que nos recuerda la de la politeia de la ciudad ideal de Aristóteles.

2 comentarios:

  1. Estimado Israel,
    soy de primero de Bachillerato A, y acabo de leer la información de Rousseau, la cual está muy completa, y le doy las gracias por facilitarnosla.

    He decidido comentar esta entrada, ya que, cierta vez en clase dijo que este blog tenía que ser interactivo, es decir, un espacio donde se puedan plantear dudas, mejoras, etc., al profesor.

    Por tanto quiero hacer una petición en nombre de toda la clase para la clase de Filosofía del próximo lunes. Sería necesario que se siga con la explicación de Karl Marx debido a que nos hemos quedado por la mitad y es IMPOSIBLE completar nuestros apuntes buscando información relacionada con la política, además de redactarla y estudiarla, con los libros propuestos hoy en clase (Manual de la Historia de la Filosofía de F.Copleston).

    MUCHAS GRACIAS

    ResponderEliminar
  2. Supuestamente con lo que ha colgado aqui, NO HACE FALTA NADA MAS, ya que los del 1ª B solo disponemos de estos apuntes...

    ResponderEliminar