sábado, 31 de enero de 2009



El hombre medieval y el hombre renacentista a la luz de las obras de Arte.





En las siguientes imágenes podéis apreciar los cambios que se producen en la simple representación de temas similares según la época en que nos encontremos.

En la imagen de arriba podemos observar los rasgos de un Cristo simbólico. Al artista le preocupa poco que su modelo sea la fiel imitación de un hombre real. Sus cuitas van dirigidas a que el público no confunda al personaje con cualquier otro ser humano.


TOMÁS DE AQUINO. (1225-1274)
La época de Tomás de Aquino tiene poco que ver con la que vimos que constituyó el contexto agustiniano. El mundo rural ha comenzado a ceder al impulso de las ciudades, y en el traslado, los monasterios dejan de ser útiles como lugares que atesoren el legado cultural de la sociedad. Para responder a las nuevas necesidades surge una nueva institución que llegará hasta nuestros días: la universidad. A esta institución estuvo ligada la figura de Tomás de Aquino, de manera que podemos hablar de él como el epítome de la escolástica medieval.

Tomás y el aristotelismo.

Si anteriormente mencionamos la impronta que dejó el pensamiento platónico en Agustín de Hipona será necesario ahora hablar de la influencia aristotélica en Tomás de Aquino.
Aristóteles fue el más excelente y brillante discípulo de Platón de la antigüedad, y a él debemos el otro gran sistema filosófico que Grecia legó a Occidente. Su pensamiento nace de la crítica del sistema de su maestro, pero pronto alcanzará una autonomía y originalidad que le valdrá para perpetuarse a lo largo de la historia del pensamiento.
En su formación primera, Aristóteles fue marcado, seguramente, por la profesión de su padre, médico de la más alta aristocracia macedonia, y no pocos comentaristas colocan en este punto su obstinación con el mundo natural. El pintor renacentista Rafael plasmó la diferencia de criterios entre discípulo y maestro cuando se le encargó la decoración de la Stanza della Segnatura en el palacio Vaticano. En la Escuela de Atenas aparece Platón apuntando al cielo simbolizando la existencia de un mundo, el de las ideas (o eidético) como el lugar en el que habita todo lo verdadero, todo lo que tiene realidad efectiva. Aristóteles, sin embargo, extiende su mano hacia delante queriendo simbolizar el mundo que le rodea como lo único verdaderamente existente. Para Aristóteles, hijo de un médico que supuestamente debió inculcarle el interés por el mundo de la naturaleza, son las cosas particulares, los individuales concretos los que están a la base de la realidad. A ellos será a quienes debamos atender si queremos dar cuenta del mundo y no a las transmundanas ideas platónicas.

El hombre tomista.

El influjo platónico en Agustín ofrecía como resultado concepción dualista del hombre, un alma encarcelada en un cuerpo. Tomás de Aquino romperá, con la ayuda inestimable del aparato conceptual aristotélico ese dualismo proponiendo una naturaleza humana formada por un compuesto de alma y cuerpo, de materia y forma. No solo el alma pertenece a la esencia del hombre, también el cuerpo forma parte de la misma dejando de ser, por tanto un mero carcelero.
La nueva posición de lo corporal, de lo físico, mucho menos denostada que en el agustinismo platónico, permitirá al hombre devolver la mirada al mundo material, y de entre el mundo material destacará, de nuevo, la naturaleza humana como lo más elevado. Cierto que por encima de lo material continuará estando la figura de la divinidad, y que esa jerarquía se respetará, más o menos, hasta la llegada de los materialismos contemporáneos, pero la Filosofía, supeditada o no a la teología, volverá a tener una entidad propia indudable que aprovecharán los hombres de ciencia posteriores, y es a Tomás de Aquino precisamente a quien se debe este logro, pues consiguió, con su síntesis de aristotelismo y cristianismo que Teología y Filosofía respondieran a cuestiones distintas. Ya no era necesario creer para entender, como entendía Agustín dando preeminencia a lo primero. Para Tomás tan válido es el acceso a Dios desde la razón como desde la Fe; el camino de lo primero será un camino desde abajo hacia arriba, el segundo, de arriba hacia abajo; y aunque el objeto sea en los dos casos el mismo, lo que quizás Tomás no supo preveer fue la nueva posición en que quedaba la imagen del hombre. La razón volvía a recobrar un puesto de honor, y con ella el conocimiento del mundo. Aristóteles había indicado en el comienzo de su Metafísica que los hombres perseguimos el conocimiento incluso cuando no tenemos intencionalidad alguna, y que el camino más directo para este conocimiento es la información que obtenemos gracias a los sentidos. Nuestros ojos ven, y lo hacen con total independencia de que nosotros queramos ver. Tomás de Aquino al conceder validez a esta afirmación se alejaba del mundo agustiniano desdoblado, y abría la puerta para que los que viniesen detrás miraran las cosas del mundo.
Pronto, de entre esas cosas del mundo que el hombre miraba, destacaría una en especial: el hombre mismo.

AGUSTIN DE HIPONA (354-430)
De San Agustín he dicho en clase que fue el crápula redimido. Con ese apelativo me refiero al capítulo de su vida de juventud que él mismo reconoce como disoluta (os remito a la lectura de su Confesiones). De su vida de diletante lo rescata el cristianismo, una religión redentora de la humanidad que acababa de dar el pistoletazo de salida a una nueva visión del mundo y que había nacido en el Oriente Próximo bajo la unión de dos tradiciones: la romana y la judía. El cristianismo en la época que vive Agustín se encuentra recién depurado. El concilio de Nicea (325) ofrece como resultado una primera ortodoxia institucional fruto de las disquisiciones filosófico-teológicas de los Padres de la Iglesia, que trataron de mediar entre la religión incipiente y la sesuda tradición del pensamiento griego. Con todo, el pensamiento cristiano aún no ha encontrado suficiente acomodo. Plotino (205 al 270) había realizado un serio esfuerzo de recuperación de la tradición platónica, pero eran muchas las escuelas de pensamiento que pugnaban por ganar adeptos en aquella época. La de los maniqueos, por ejemplo, fue la primera escuela frecuentada por Agustín, aunque siempre dejó en él una sensación vacía. El contacto con San Ambrosio consiguió rematar la faena que había comenzado su madre, que Agustín abrazase definitivamente el Cristianismo como fe, religión de la que llegó a ser ministro potentado de la ciudad de Hipona.

Agustín se presenta en la antropología como un recuperador indirecto del planteamiento socrático de la introspección. La vivencia de la crisis externa (decadencia de Roma), y la falta de soluciones sofisticadas por parte de escuelas como la Maniquea o la Pelagiana provocan en el santo una actitud similar a la que el relativismo de la sofística provocó en el feo ateniense, a saber, la búsqueda en los recónditos rincones de la conciencia del hombre de principios ciertos; el conócete a ti mismo socrático se convierte en el no salgas fuera, vuélvete a ti mismo, la Verdad habita en el hombre interior, y esto supone tanto como conceder a Platón la necesidad de la existencia de dos naturalezas, o mejor, dos realidades diferenciadas: una engañosa y otra cierta. Agustín, que ya ha dejado al margen la vida disoluta de los placeres de su juventud otorgará preeminencia a esa realidad cierta y la revestirá de propiedades superiores. La naturaleza humana será fundamentalmente espiritual. El hombre es, sobre todo, un alma, un alma racional que se sirve de un cuerpo mortal y corrupto en el que se encuentra encerrada, presa. A su vez, el alma contendrá dos aspectos diferentes: una razón inferior encargada de trabar conocimiento con la realidad sensible, cambiante del entorno físico, es decir, una razón que se ocupe de la Ciencia; y una razón superior que tiene como objetivo la más alta sabiduría, el conocimiento de lo inteligible, lo más cercano a lo más elevado, es decir, a Dios mismo. Así, aparentemente, San Agustín pretende colocar al Dios cristiano, un peldaño por encima de donde Platón situó los logros de la razón. Por lo que a nosotros y nuestro programa se refiere, Agustín dotará al cristianismo de auténtica relevancia filosófica, en un camino que más tarde continuará el otro personaje del que trataremos más adelante, Tomás de Aquino. Así, podemos decir que la imagen del hombre medieval, a partir de la obra del de Hipona se formó como una síntesis de los principios teológicos del recién nacido cristianismo y de parte del importante aparato metafísico platónico. Este modelo, además, se conservó, más o menos intacto durante buena parte de los siglos posteriores, hasta que, entrado el siglo XIII llegaran a la parte occidental de Europa las interpretaciones de comentaristas musulmanes sobre las obras del más aventajado de los discípulos de Platón, el estagirita Aristóteles. Con ello llegaron también las principales críticas a las flaquezas del sistema platónico. Será Tomás de Aquino quien lime las impurezas realizando una nueva síntesis que toma elementos tanto platónicos como cristianos y, por supuesto aristotélicos.
EL HOMBRE EN LA EDAD MEDIA.

Hablar de la Edad Media como un periodo histórico presenta una serie de disputas interesantes desde el punto de vista historiográfico. Me refiero a la propia clarificación de las fechas que le dan comienzo y fin. Tomaré partido por un par de fechas que son indiscutiblemente importantes en lo que a lo histórico se refiere: 476 d.n.e año del final del mandato de Rómulo Augústulo que fue depuesto por Odoacro, rey de los Hérulos; y 1453, fecha de la caída de Constantinopla a manos de las fuerzas Otomanas. En el terreno de la Filosofía podemos asociar con el principio y el fin de la Edad Media a tres pensadores claves. Agustín de Hipona (354-430) vivió en plena crisis del Imperio Romano de Occidente; Tomás de Aquino (1225-1274) representa el epítome del pensamiento Escolástico medieval; Guillermo de Ockam (1288-1349) comienza a escribir el epílogo de la forma de pensar en el medievo.

A menudo nos hemos representado la Edad Media como una época de tinieblas, ayudados de una imaginería creada, sobre todo, a partir de la época Romántica. El referirnos al periodo histórico-cultural posterior precisamente con el término Renacimiento, ya implica realizar un juicio de valor sobre esta época. La Era de los Descubrimientos constituye el renacimiento, la vuelta a la luz de la vida de un periodo anterior de muerte y tinieblas. Sin embargo me gustaría destacar que la época en que Europa vivía su apagón cultural, el mundo occidental conoció muy cerca otra civilización que supo mantener encendidas las luces de la Razón y del esplendor cultural. Me refiero al Islam. La cultura mahometana guardó celosamente aquellos documentos despreciados por occidente gracias a su contacto con Bizancio. Pensadores de la talla de Avicena y Averroes posibilitaron, gracias a su tarea como comentaristas, que la figura de Aristóteles reapareciera en el universo del pensamiento occidental en el siglo XIII.

Pero aunque nos convenzamos de la complejidad que presenta el medievo en lo que a Filosofía se refiere, a los efectos de nuestra asignatura debemos mantener que son las figuras de Agustín de Hipona y de Tomás de Aquino las que presentan mayor interés.
A menudo he explicado en el aula que debemos recordar a ambos personajes con la siguiente regla:
Agustín = platonismo + cristianismo
Tomás = aristotelismo + cristianismo

Estas dos fórmulas no son más que dos reglas mnemotécnicas; si el pensamiento de estos dos autores medievales pudiera simplificarse de esta manera, la Historia de la Filosofía perdería gran parte de su encanto, y, sobre todo, la mayor parte de su rigor. Con todo, me voy a servir de esa regla para explicar la imagen del hombre que se deriva del pensamiento de ambos autores.