domingo, 8 de febrero de 2009

El hombre en Grecia


EL HOMBRE EN GRECIA.

Allá por el mes de noviembre (qué lejos queda) hablábamos en clase de la visión que, en la Grecia antigua, se tenía del hombre. Recordad que nos referíamos al tema desde una visión histórica y que contemplábamos dos periodos de interés. El primero de todos el de la Grecia arcaica en el que situábamos a autores como Homero y Hesíodo y que cerrábamos con los llamados presocráticos (Parménides y Heráclito sobre todo). En el otro período que destacábamos hablamos de Sócrates, de los Sofistas (Protágoras y Gorgias) y finalizábamos hablando de Platón dejando de un lado inmisericordemente al estagirita Aristóteles.
Comenzamos estableciendo un somero marco histórico en el cual destacábamos el carácter primordialmente agrario de la cultura griega de la época arcaica (776 a 500 antes de nuestra era). La pujanza en esta época cae, dentro del mundo heleno, del lado de las comunidades que se encuentran a orillas del mar Egeo pero en la parte oriental, en lo que ahora conocemos como Turquía (Éfeso y Mileto son dos buenos ejemplos) y que de ahora en adelante denominaremos Jonia. Desde esta zona del mundo se iniciará una expansión tan poderosa que podemos reconocer en ella el comienzo de gran parte de lo que somos hoy en día en Occidente.
Centrados en el aspecto filosófico podemos señalar que en esta época que estudiamos se producirá la gran revolución que se ha dado en llamar, no sin cierta pompa, el paso del mito al logos, y que yo expliqué en términos de la conversión de una cultura preeminentemente oral en una cultura escrita. Me referí a la imagen de los bardos contando, al público asistente a sus espectáculos, las grandes aventuras de héroes del pasado durante interminables horas, recitando en hexámetros dactílicos (el tipo de verso que por sus características empleaba la épica griega en la época arcaica gracias, entre otras razones, a que posibilitaba una fácil memorización) las desventuras del colérico Aquiles en Troya, o las peripecias del inteligente Odiseo en su viaje de vuelta a Ítaca. Los asombrados oyentes encontraban en estas narraciones no solo un momento de esparcimiento y asueto de sus duros trabajos, además aprendían, de forma mimética (acrítica, embobada), asuntos tan dispares como el manejo de una embarcación (ved, sino, el sentido que tiene el capítulo denominado catálogo de las naves de la Ilíada homérica) o el propio comportamiento ejemplar de Aquiles enfrentado a Agamenón por, hoy diríamos con ironía, un quítame allí esas pajas. En estas narraciones encontraba el rey el plan de estudios perfecto para un hijo que debería comportarse, en un futuro, como uno de aquellos héroes, demostrando ser poseedor de un carácter similar, garantía de un buen gobierno.
Hesíodo, más tarde, y ya con la escritura de por medio, vivirá un periodo de transformaciones. El impulso del comercio por el Mediterráneo se dejará notar en toda la zona. Los Griegos encontrarán en las actividades comerciales un mayor beneficio que en una tierra abrupta y caprichosa. Pero no nos adelantemos demasiado. ¿No fue, acaso, Hesíodo un agricultor? Si, pero un agricultor ilustrado, un agricultor que sabía escribir, y pensemos un poco en lo que hacemos cuando leemos lo que escribimos (impagable consejo este para alumnos de bachillerato): ordenamos, jerarquizamos y tomamos distancia de aquello que dejamos impreso y a lo que siempre podremos volver más tarde. Sin duda, ningún oyente de aquel bardo al que dejamos recitando en verso las desventuras de los héroes griegos, se atrevería a decirle a este:
-perdone, ¿le importaría repetirme aquello del lío de Agamenón, el botín y el amigo de Aquiles? Me he perdido y no me aclaro muy bien.
Hesíodo, a diferencia del bardo, deja escrito, es decir, en un soporte físico, toda una compleja genealogía de dioses y diosas tan impresionante como la Teogonía, sobre la que podemos volver una y otra vez, reviviéndola cuanto deseemos, tomando una cierta distancia que nos permita juzgar el comportamiento de los sempiternos dioses.

Pero volvamos al hombre griego, al hombre homérico, al hombre de la época de Hesiodo. El conocido estudioso Werner Jaeger nos habla en su obra Paideia del concepto de areté, traducido al castellano como virtud desde el latín. El camino de la palabra es largo como vemos, y, lo mismo el del concepto. El diccionario de la R.A.E. lo recoge en su primera acepción como actividad o fuerza de las cosas para producir o causar sus efectos. Nos interesa, pues, cuál sea esa virtud, esa areté del griego primitivo.
En una sociedad como la que hemos perfilado levemente, la propia de la Grecia más arcaica, la virtud principal, claro está, será la del gobernante rey, la del aristócrata (el mejor de los hombres) que debe su carácter guerrero a la continua lucha, el Aquiles temperamental incapaz de resistirse al destino propio. Un hombre que se reconoce entre la jerarquía de los seres vivientes muy por debajo de los dioses a los que admira, y a los que se ve incapaz de imitar. Recordad el texto de Hesíodo sobre las diferentes clases de hombres que ha habido en la historia, y cómo cada una de ellas fue peor que la anterior. El hombre en la imitación de la grandeza de los dioses va perdiendo, con el tiempo, cada vez más fuerza; se va corrompiendo hasta el grado de considerarse así mismo como el metal menos noble.

Andando el tiempo el marco económico y social de Grecia cambia hacia una sociedad volcada, cada vez más, hacia el mar, hacia otras culturas que precedieron a la griega en esplendor (Egipto fundamentalmente). Las polis mantienen su independencia unas de otras como una seña de identidad, pero el acontecimiento del enfrentamiento con los medos por el control del comercio en el mediterráneo y en la costa turca producirá una pequeña excepción. Las guerras médicas provocarán el nacimiento del orgullo helénico con un primer impulso nacionalista. La Liga de Delos, formada alrededor de los intereses atenienses reforzará el papel de Atenas como núcleo principal de influencia en toda Grecia. Atenas exportará su modelo político y gran parte de sus costumbres hasta que encuentre el freno de la otra gran potencia de la zona: Esparta.
Recordad también que en las clases enfrentábamos los dos modelos, el ateniense y el espartano, caricaturizando un poco a ambos. De Atenas decíamos que representaba la novedad de un sistema, el democrático, fruto del carácter abiertamente comercial de una polis asomada al mar que sostenía a más marineros que agricultores. Las reformas sociales introducidas por legisladores de la talla de Clístenes, Solón o Perícles, habían contribuido en gran medida un movimiento imparable hacia una cierta des-aristocratización social. De noble se pasaba a ciudadano, y el ciudadano libraba sus batallas más importantes en el ágora.
Esparta, en cambio, la dibujábamos como una polis más conservadora de los valores más tradicionales. El espartano era un hombre más volcado a los intereses de la tierra, con un carácter más marcial, más aristocrático. Su diferente consideración nunca fue óbice para suponer una digna rival económica y política de Atenas. De igual modo que Atenas formó su liga de adeptos, la Liga de Delos, Esparta capitaneó la Liga del Peloponeso. Su papel fue fundamental durante las Guerras Médicas, y salió vencedora de las Guerras del Peloponeso imponiéndole a Atenas su gobierno y muchas de sus costumbres.

Tenemos entonces dos modelos: el espartano y el ateniense, y una nueva condición cultural: el conocimiento de una técnica de escritura que permite a una gran parte de la población ponerla en práctica. Estamos ya preparados para encontrarnos con los Presocráticos, con Sócrates, con los Sofistas, y con Platón. Los primeros habían dirigido sus intereses, con las nuevas herramientas, hacia el mundo físico. La physis será su primera preocupación. Sócrates y los Sofistas volverán su mirada hacia el hombre. Se considera al sofista como el primer pedagogo de occidente y no es exagerado. La plaza pública, el ágora, es un teatro en el que los actores no son los primeros principios de las cosas (el agua, el fuego, etc). El actor principal es el hombre, a él se habrá de enfrentar quien quiera gobernar la ciudad, y por lo tanto a él es a quien deberá conocerse.

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